Tuesday, November 21, 2006

De regreso a un nuevo lugar...

Desde hace un rato esta caminando sin rumbo, recorre la ciudad con la novedad de la rutina, nada lo abruma, ni el ruido perpetuo del centro ni la escasa luz de los bares que frecuenta. En su recorrido, pasó frente a ella y volviendo sobre sus pasos, la observó, su imagen, podía tener tanto la imponente postura de una gata como la angelical e inquietante postura oriental. La sonrisa partía de sus ojos y corriendo por el rostro de jade se posaba sobre sus labios carmines, es casi sobrenatural el dibujo chino de sus labios, su belleza insidiosa metía miedo.
Como siempre, regresaba continuamente a lugares nuevos, pretendía así huir de su destino sin saber que lo seguía a la perfección.
A su edad, recordaba su juventud, sus vaivenes sexuales (quizás ese sea el tema que más marque en el hombre la diferencia entre la juventud y la vejez), al caminar parecía que el peso de la nostalgia era el que doblaba su bastón, sabía de su próximo paso al otro lado del tiempo.
Como atemorizado por la belleza que veía del otro lado del vidrio; pensó en huir pero se quedó, tomó del revistero un diario, quizás por vergüenza y se sentó. Había procurado tener una ubicación desde la cual pudiese contemplarla. Al sentarse recordó la guerra y su estupidez, el hambre, las fiestas familiares, los cabarets, los juegos de niño, las carreras de caballos, toda su vida y no podía evitar compararla con ella, parecía como que no sólo el Universo sino también el tiempo se concentrara allí, en ese punto de belleza infinita. Cada tanto bajaba la vista hacia el diario, quizás por vergüenza, pero pronto volvía a ella.
Con tanto tiempo recorrido, sabe algunas cosas, como que la mayor parte de la vida nos la pasamos merodeando la sepultura, acariciando una pena y aprendiendo de los muertos más viejos, que con sus resuellos de experiencia nos enseñan, que pasada la noche, sólo queda la belleza, la simpleza y la locura. Y que una mujer inagotable, nos salva de la muerte del diario trajín.
Sentía el silencio de la tarde, entendía de la presencia de la belleza y de que nada mejor había que ese silencio, pidió un café por obligación, de reojo la miraba, ella con delicado ademán se movía. A través de la ventana veía pasar a la gente y se distraía, cada vez más se concentraba en ello y se olvidaba de ella, y de su belleza, cuando el café ya estuvo frío la busco y ya no estaba, sin que él se hubiese dado cuenta, se había ido y él de todos modos era feliz. Vio que las circunstancias y las personas son un vaivén, pensó en lo sencillo que es asesinar una idea, un concepto, alcanza con tan solo distraerse. Imaginó que sería igual deshacerse de las personas, ¿sería el asesinato algo grato? ¿De que materia estarían hechos los asesinos? ¿Será de la misma que la del amor?

Norberto.